Álvaro Gärtner, presidente de la Academia Caldense de Historia y miembro numerario electo de la Academia Colombiana de Historia, recordó que la erupción del volcán Nevado del Ruiz afectó a todo el departamento de Caldas. Manizales, aunque no fue epicentro del desastre, sí se convirtió en el corazón de los esfuerzos científicos, humanitarios y periodísticos que se tejieron antes, durante y después de aquella noche trágica de 1985. Un año antes, el volcán ya mostraba signos de advertencia. Los temblores, las emisiones de gases y los rugidos desconcertaron a los expertos, pues no existían registros claros de erupciones previas que pudieran servir de guía.
Apenas en julio de 1985, fueron instaladas cuatro estaciones sismológicas de campo que comenzaron a vigilar la actividad. Ingenieros y geólogos pasaban las noches cerca del volcán en vigilancia continua, mientras en Manizales cundía la paranoia. La caída de ceniza el 11 de septiembre cubrió la ciudad con un velo de incertidumbre: algunos preparaban botiquines y almacenaban agua; otros negaban el peligro. Incluso hubo quienes vendieron sus casas presas del miedo. Un mes antes de la tragedia, se presentó el primer mapa de riesgo volcánico, elaborado por el Servicio Geológico Colombiano por solicitud de las autoridades de Caldas, basado en rastros antiguos de avalanchas.
La tarde del 13 de noviembre de 1985, el Nevado del Ruiz tuvo la primera erupción a las 3 de la tarde, que se repitió a las nueve de la noche, provocando el desprendimiento del glaciar. Gärtner, entonces periodista de La Patria, regresaba de Cartagena cuando el avión aterrizó en Pereira bajo una lluvia intensa. Viajó por carretera hacia Manizales sin saber que, río abajo, una avalancha avanzaba. En la madrugada, su madre lo despertó con la noticia de la erupción. Sin demora, corrió a la redacción del periódico. Con un fotógrafo, descendió hacia Chinchiná y pocos kilómetros antes de llegar se topó con un paisaje desolador: la huella de la avalancha. Se vieron obligados a retroceder y trepar por cafetales hasta el Centro Nacional de Investigaciones de Café – CENICAFÉ, que había sido arrasado. Fue una travesía amarga, rodeados de cadáveres y buscando una salida para poder regresar a Manizales.
La edición extraordinaria de La Patria salió a las cinco de la tarde con información parcial en 8 páginas con las fotografías e información que pudieron recolectar. Solo con los días se dimensionó la tragedia: Armero había desaparecido bajo el lodo, y en Chinchiná se contaban cientos de muertos. A Manizales llegaron campesinos agotados, muchos con niños en brazos, sus cultivos de papa calcinados por la ceniza ardiente. Se improvisaron puentes aéreos y medios de transporte tan insólitos como garruchas (poleas para trasladarse de un punto a otro). Viajes que antes duraban una hora por tierra se extendían hasta 6 horas por la cantidad de desviaciones para evitar las zonas afectadas. Hoy, 40 años después, zonas cercanas al río Gualí siguen con un aspecto desértico; la tierra antes verde ahora es árida.
En los meses siguientes, Manizales se transformó en un laboratorio científico. Llegaron vulcanólogos de todo el mundo, instalando equipos, tomando muestras y estudiando el volcán con una mezcla de fascinación y respeto. En abril de 1986, se inauguró el Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Manizales, el primero en Colombia, símbolo de una nueva era de vigilancia y prevención. Aun así, el aprendizaje tuvo un costo altísimo. Un helicóptero que apoyaba las investigaciones desapareció en el glaciar Nereidas y fue hallado más de un año después, congelado en el hielo, con sus tres ocupantes sin vida.
Décadas después, Gärtner reflexionó sobre cómo esa tragedia cambió su vida. Como periodista, confesó, su existencia se dividió en un antes y un después del Ruiz. Durante tres meses, vivió entre la montaña y la redacción, reportando sin descanso. Para poder narrar el horror, tuvo que cubrirse con una coraza de racionalidad, pero que esa armadura se quebró un año después, en el aniversario de la erupción, cuando, solo en la redacción, vio las imágenes del desastre y no pudo evitar llorar, evocando aquel dolor que marcó a todo el país.
Intervención en: ARMERO 40 AÑOS – MEMORIA, SUPERVIVENCIA Y LEGADO DÍA 2



